Me llamaréis sentimental, pero cuando está próxima la Navidad mi mente viaja hacia mi pasado infantil que sabe a turrones, a grandes comilonas, a inocentadas, a Belén, a bolas y luces de colores, a regalos y sonrisas, a Papá Noel y los Reyes Magos.
Tradiciones familiares en Navidad
Mis Navidades comenzaban el mismo día que el país se paralizaba con el Sorteo de la lotería de Navidad, “El Gordo”, el sorteo más famoso del año, que también era la primera mañana de vacaciones. Año tras año, me despertaba excitada con el sonido tradicional de los niños de San Ildefonso cantando las bolas de la suerte en la televisión. Faltaban solo dos días para la Noche Buena y para abrir los regalos que habíamos pedido en nuestra carta a Papá Noel. Algunos llegaban y otros no, pero éramos felices.
Muchos años, celebrábamos las fechas más señaladas en Sebastián-Donosti o en Madrid donde nos esperaba la familia de mi madre. Viajar en coche con mis padres y mis dos hermanos ya era una aventura en sí, atravesando los Monegros helados. Después llegaban las comilonas, las excursiones, los mercadillos, el chocolate con churros y el intercambio de regalos con mi abuela, tíos y primos.
Mercadillos, festivales y villancicos
Si nos quedábamos en Barcelona, la Navidad podía ser también muy divertida porque entonces éramos nosotros los anfitriones. No faltaba la visita al tradicional mercadillo de Navidad, Fira de Santa Llúcia, frente a la Catedral de Barcelona, donde buscábamos las piezas desaparecidas o malogradas del belén y después visitábamos el pesebre gigante de la plaza Sant Jaume.
El día más señalado era la Noche Buena, pero lo celebrábamos todo y los empachos eran antológicos. Recibíamos a la familia y amigos con panderetas y villancicos, desafinando y riendo. Era el preludio de una larga noche de fiesta en la que mi madre invitaba incluso a los vecinos a sumarse a la fiesta. Durante muchos años esa fecha era muy sonada y esperada en el edificio.
Navidad en casa
En mi casa cocinaba mi padre. Durante días planificaba la mesa, compraba y preparaba un verdadero festín. Un gran aperitivo que se extendía con canapés, foie fresco y entremeses varios; le seguía la tradicional sopa de galets rellenos de pilota -una tradición de Cataluña y que mi familia no perdona un solo año-; asado o marisco, o las dos cosas, o canelones, lo que se tercie según los deseos de todos. Y para bajar la comilona y antes de pasar a los postres, una deliciosa compota hecha por mi madre.
En el salón nos esperaban, como si hubieran salido de una pastelería, tres o cuatro bandejas con blondas y tentadores turrones, polvorones, barquillos, frutos secos, mazapanes y bombones. Si ese día estaban mis primos, hacíamos competiciones con los barquillos de galleta que sumergíamos en el cava.
¡Os podéis imaginar! Aquello se convertía en una batalla de copas hasta que nos expulsaban de la mesa.
El día de Navidad seguía la celebración, podía ser en casa de mis abuelos o de mis tíos. Y así hasta el día de Reyes Magos, el 6 de enero. ¡Eso son Navidades felices!
¡Bienvenidos a nuestra Navidad!
Y con ese bello recuerdo, estas Navidades abriremos las puertas de nuestra casa para celebrar las fiestas de una manera muy especial, con invitados desconocidos llegados de cualquier rincón del mundo.
¡Bienvenidos foodies, gourmands & social eaters!
Ya tenemos en mente lo que vamos a preparar. No faltarán aperitivos y entremeses, marisco, la sopa de galets, los canelones, la carne asada, dulces, turrones, las uvas de la suerte y, como no, ¡el cava! Sonarán villancicos, adornaremos el salón y la mesa. ¡Nos conoceremos, conversaremos y lo pasaremos genial!
¿Te la vas a perder?